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Respuesta a una carta de un enfermo
por Martinus
Querido N.N.
Muchas gracias por su amable carta del 21 de febrero, y, asimismo, gracias por la confianza que me muestra usted con ella. Comprendo que se encuentre en una situación muy difícil, y quiero sinceramente desearle que se mejore por completo. Pero lo que yo puedo hacer al respecto es muy limitado. No puedo hacer milagros. Esto sólo está en las manos de Dios. Sólo puedo decirle que los destinos difíciles no son un «castigo» de Dios. Si los sufrimientos en el mundo sólo fueran un castigo de Dios, tal como los consideran los hombres en su superstición e ignorancia, luchar contra las enfermedades y curarse no sería ningún problema. En este caso, sólo sería cuestión de ser perdonados. Con el amor con que Dios dirige el universo y hace avanzar su creación para que, en su resultado final, sea una alegría y una bendición para todos los seres vivos, perdonaría a todos los «pecadores» y, así, les liberaría del castigo. Pero la lucha contra enfermedades en el mundo no es una cuestión de perdón. Tanto la liberación de la enfermedad como de cualquier otro sufrimiento es una cuestión completamente diferente, es la cuestión más importante y más grande de toda la existencia. Toda liberación de sufrimiento es únicamente una «cuestión de perfeccionamiento». Sin experiencias de sufrimiento, ningún hombre podría ser liberado de las disposiciones y tradiciones animales y convertirse en un ser verdaderamente perfecto o en «el hombre a imagen y semejanza de Dios». Los sufrimientos engendran en el hombre la facultad más grande y más divina, a saber, el sentido de humanidad. Este sentido no se puede aprender ni a través de la sabiduría ni de la inteligencia. A medida que uno por medio de los sufrimientos, que son lo único en absoluto que puede engendrar este sentido de humanidad, lo aprende, se puede intelectualizar o hacerlo lógico por medio de la inteligencia, la sabiduría y la orientación. Esta facultad divina, que es lo mismo que «el amor al prójimo», de importancia vital para la existencia humana perfecta, no se aprende por medio de la inteligencia, sino que simplemente se administra a través de ella cuando uno la ha adquirido.
Querido N.N. Así, podrá usted comprender que los hombres más grandes o más perfectos del mundo son aquellos que comprenden los sufrimientos de los demás hasta tal punto que querrían sufrirlos ellos mismos si, de este modo, pudieran liberar a otros de ellos. Pero la fuerza motriz o motivación que hay detrás de este comportamiento es, precisamente, el sentido de humanidad que los hace capaces de sentir los sufrimientos de los demás en su propio ser, en su propia mentalidad o psique, y mediante ello comprenden la triste situación de estos otros seres y quieren ayudarlos de todo corazón. Dado que el desarrollo de esta capacidad divina es un componente muy grande en la encarnación de los seres vivos en materia física aquí en la Tierra, este planeta tiene que ser, en grado correspondiente, un mundo de sufrimientos. Pero un mundo de sufrimientos es, por consiguiente, el escenario para el desarrollo de la facultad más grande de la vida. Transforma a los seres vivos de seres oscuros, animales y sin amor en seres amorosos y divinos que en su resultado final cumplen el plan eterno de Dios: «El hombre a imagen y semejanza de Dios». Un mundo lleno de estos seres constituye el noble y perfecto «reino de los cielos».
Sí, querido N.N. Cuando usted sufre tanto como escribe en su carta, es porque se encuentra en una evolución concentrada y forzada. De esta manera consigue una evolución mucho más grande en un tiempo más corto que si no hubiera pasado, precisamente, por el estado de sufrimiento que es el más adecuado para su destino en su vida presente. Así puede ver que un milagro, que de repente eliminara todo su sufrimiento, le detendría en un momento muy necesario de su caminar hacia las cimas de la luz, que son el objetivo de todos los seres de la Tierra. Con respecto a esto, puede eventualmente decir que preferiría evolucionar más despacio, si pudiera así liberarse de algunas de las molestias o sufrimientos de los que su destino está ahora tan lleno. Y tal vez añadiría que existen hoy tantos hombres que no experimentan ningún sufrimiento especial. Y esto es verdad. Pero no significa que estén libres de sufrimientos. O ya los han experimentado o van inevitablemente camino de ellos. Ningún ser puede alcanzar la perfección de una forma más sencilla y con menos dolor que otros. Todos tienen que experimentar lo mismo para llegar a ser lo mismo. Las leyes eternas son inalterables. No se pueden de ningún modo cambiar, y se convierten así en una garantía para que el objetivo que tienen que cumplir, a saber, el mantenimiento y la renovación de la facultad eterna de los seres de experimentar la vida, no pueda fracasar. Estas leyes son absolutamente iguales para todos los seres vivos y hacen, por consiguiente, que absolutamente todos experimenten al final la más alta perfección, bienaventuranza y felicidad divina.
Lo que le he comunicado aquí tal vez le consuele muy poco. No le libera directa y repentinamente de su sufrimiento, querido N.N, pero le da el correcto análisis del problema del sufrimiento de los seres, y con ayuda de ello puede tener la actitud correcta con respecto a la situación de su destino. La verdadera actitud da, por su parte, los verdaderos pensamientos o impulsos de pensamientos. Por lo tanto, su situación no es desesperada. Impulsos de pensamientos correctos son lo mismo que impulsos eléctricos mesocósmicos. En el mismo grado en que piensa con los impulsos correctos, usted carga su elemento de destino con estos impulsos, que, a su vez, actúan como fuerza vital positiva. Todo su organismo físico es un aparato eléctrico mesocósmico. Y todas las funciones son activadas por medio de electricidad orgánica o mesocósmica. La carga tiene, así pues, lugar a través de todas las impresiones que recibe por los sentidos, a través de todas las experiencias que hace, y algunas de ellas despiertan alegría y felicidad, mientras otras despiertan melancolía y tristeza. Como dirigente y soberano máximo de esta electricidad mesocósmica o fuerza vital engendrada por estos impulsos existe su yo o ente superior. En los ámbitos en que un hombre está inacabado o es ignorante no sabe pensar correctamente. No puede actuar según un conocimiento o experiencia que no tiene. Sin embargo, tiene lugar pensamiento, pero entonces es erróneo y es dirigido ciegamente, y así se convierte en negativo y ocasiona cortocircuitos en los ámbitos de la mentalidad y del organismo que debería mantener en funcionamiento y, por consiguiente, sanos, normales y con bienestar.
Como he mencionado, la carga eléctrica del hombre, que es lo mismo que su carga con fuerza vital, tiene lugar a través de las experiencias que se hacen por medio de los sentidos, tanto del mundo físico como del mundo espiritual. Los órganos de los sentidos son órganos para la transformación de las reacciones físicas en impulsos eléctricos mesocósmicos, que al pasar por la subconciencia se transforman en experiencia viva en la conciencia diurna despierta. Desde aquí continúan hasta los órganos que hacen de batería, para reunirse allí como fuerza impulsora de las funciones del pensamiento y la voluntad del ser y transmitirlas de modo que se manifiesten a través del organismo físico. Esta manifestación crea, a su vez, una reacción en el medio exterior. Esta reacción es lo mismo que el destino del ser. Desgraciadamente, aquí no puedo entrar en detalles con respecto a este campo. Sin embargo, espero que a partir de esto pueda comprender que tiene un medio muy eficaz de curación en sus propias manos. Se trata, por consiguiente, de tener la actitud totalmente correcta con respecto a sí mismo y a los seres que rodean a uno y el entorno. Cuanto más correctamente se piensa en relación con esto y, de este modo, se ve la verdad o realidad divina en cada situación o en todo lo que pasa, y así se reconoce la lógica inconmovible de la vida, que hace que absolutamente todo lo que la naturaleza crea se transforme en alegría y bendición en su resultado final, y por lo tanto también en el propio destino, más se cargan las baterías que generan fuerza vital (órganos mesocósmicos, eléctricos de la supraconciencia) con fuerza vital positiva. La fuerza vital positiva surge así de los tipos positivos de pensamientos. Si por el contrario, los tipos de pensamientos de un ser están basados en el pesimismo y el desánimo, la autocompasión y los sentimientos de martirio, la amargura contra otros hombres, que se cree son culpables de los propios sufrimientos, dichas formas de pensamientos sólo dan impulsos mesocósmicos, eléctricos negativos y, por consiguiente, una fuerza vital muy deficiente o débil. Pero fuerza vital deficiente significa una función deficiente, tanto del organismo como de la mentalidad. Una función deficiente de este tipo sólo puede, por su parte, dar lugar a un apetito de la vida o una alegría de existir reducida. Sentir felicidad y alegría de vivir es una función. Pero las funciones sólo se activan con fuerza. En la medida en que falta la fuerza, cesa la función. El debilitamiento de estas funciones es, por lo tanto, la razón de todas las formas de enfermedades mentales y físicas existentes. Y estas enfermedades pueden, por su parte, llevar al ser al suicidio, que es la manifestación del súmmum de la estupidez.
La causa más profunda de todas enfermedades es, así pues, el pensamiento erróneo y la percepción equivocada. El ser tiene que hacer todo lo posible para tener pensamientos optimistas, cosa que se obtiene reconociendo la verdad real de la vida, que, en sí misma, es la culminación del optimismo a causa de su identidad con el amor universal. Si un ser así con una fuerza de vida debilitada o quebrantada empieza a pensar en cómo puede ser útil a otros seres enfermos y sufrientes, estos pensamientos empezarán a desarrollar nueva fuerza vital. Además, nada es más alentador o creador de fuerza vital positiva que el reconocimiento del hecho de que nadie sufre inocentemente, de que los propios sufrimientos significan que Dios nos eleva desde un plano de existencia inferior a un nivel de vida más alto y completo, donde seremos liberados de enfermedades y sufrimientos. Debemos recordar al respecto que sin la experiencia de la oscuridad y, por consiguiente, de los sufrimientos no podríamos jamás adquirir la facultad de experimentar la luz.
El camino que conduce al hombre fuera del sufrimiento es, de este modo, entrenarse en pensar de una manera positiva y humana. Sin este modo de pensar no hay ninguna fuerza vital perfecta en el organismo y la mentalidad humana. Pero el hombre tiene que trabajar para que su fuerza vital surja. Como el jardinero tiene que desyerbar sus campos de árboles frutales para que la mala hierba no ahogue los árboles, el hombre también tiene que desyerbar su conciencia, el terreno de cultivo de sus pensamientos y de su voluntad, quitando la mala hierba asfixiadora que puede crecer aquí y tener un efecto debilitador o paralizante sobre su fuerza vital y normalidad y, por consiguiente, destructivo para su apetito de la vida o su alegría de existir. Este desyerbar mental consiste en eliminar el pesimismo, en eliminar toda la amargura contra los seres a los que se considera responsables de los propios sufrimientos o molestias, así como cualquier otra amargura, cosa que se hace más fácil según se elimina todo sentimiento de martirio y autocompasión y todo lamentarse a otros seres del estado en que uno se encuentra, y se comprende que la vida, desde una perspectiva cósmica, es justa y perfecta y que uno es la causa de su destino.
Por supuesto, no es tan fácil cambiar su naturaleza y así elevarse por encima de la oscuridad, pero no hay ningún otro camino en absoluto que garantice verdaderamente la felicidad y la alegría de existir. Pero todas las dificultades no son tan graves que no puedan superarse. Y para esto hay la maravillosa fuerza divina que se ha depositado en todos los seres vivos en forma del principio de la oración, una fuente inmensa de ayuda para el ser que ha comprendido su poder. Todo lo que un hombre pide, que va encaminado a ayudarlo a tener un comportamiento altruista y amoroso para con el prójimo, es siempre escuchado. Aquí la oración puede convertirse en un inmenso campo de magia blanca. Fue el poder de la oración lo que le dio a Cristo la fuerza para aceptar su crucifixión y no huir de ella, cosa que bien podría haber hecho, pero en este caso su gran misión habría fracasado. Fue así mismo este poder lo que llevó a los apóstoles a seguir las huellas de Jesús y aceptar la crucifixión como él. También fue la misma fuerza la que dio a los primeros cristianos una fuerza vital y un optimismo tal, que podían entrar cantando en la arena, cuando iban a ser despedazados por los animales salvajes.
Con todo esto le he dado una pequeña idea de la ciencia del destino, y espero que sea una alegría y una ayuda para usted. Aparte de esta pequeña indicación que le he dado aquí, su enfermedad es, así pues, un asunto entre Dios y usted, querido N.N.
Le mando mis saludos más afectuosos y mis mejores deseos.
(Firmada: Martinus)
La carta está fechada el 7 de marzo 1957. Título original: Svar på brev fra en syg. Publicada por primera vez en el número 17/1968 de la edición danesa de Kosmos. Traducción Mette Skøt y Martha Font. ID de artículo: M32376.
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