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Capítulo 12
Lo que sucedió junto al sepulcro la mañana de Pascua
Para el iniciado, es decir, para aquel que ha evolucionado hasta el punto de poder ver gracias al espíritu santo de Dios, el acontecimiento sucedido recientemente no era ningún misterio. Un espectador que pudiese soportar la observación del interior de la fuerte luz de dicho espíritu divino hubiese podido ver que aquí tenía lugar una «materialización»; es decir, una manifestación con una energía espiritual de tal concentración que penetraba totalmente con sus rayos la materia física e, incluso, se hizo visible o vibrante con una fuerza tal, en el plano material, que los habitantes de este plano fueron deslumbrados y se sintieron impotentes en la cercanía de estos rayos cósmicos. Ese mismo espectador podría haber visto además que esta materialización era nada menos que el regreso del enviado de Dios a la esfera de la Tierra. Glorificando a su Padre – en el plano puramente material – ante los guardianes de la muerte, los vigilantes del paganismo, los apóstoles de la superstición, los sacerdotes de la muerte, el enviado deseaba demostrar la eterna indestructibilidad de la vida; demostrar la eterna supervivencia de esta vida con respecto a sus verdugos, sus burladores, sus «demoledores», a pesar de la excomunión y la hoguera, la guerra y la mutilación, la espada y la lanza, la guillotina y la horca, la crucifixión y «la muerte». Incluso su cuerpo físico sin vida había sido «desmaterializado» en la fuerte luz y puesto a reposar en un sitio donde, lo que en él todavía vivía, ya no pudiese ser molestado por manos terrenas. Pero este regreso transfigurado del redentor del mundo no había sido provocado para que él alardease ante sus adversarios con su glorificación, sino que había sido solamente provocado por el amor. El enviado de Dios no podía regresar a la zona de su Padre sin haber intentado, una vez más, hacer un esfuerzo para persuadir a la muchedumbre endurecida e ignorante de la existencia de fuerzas sobrenaturales o divinas. Se trató del último gran esfuerzo para despertar la duda sobre el dios de la venganza y, de este modo, apartar a la humanidad del oscuro camino de matanzas y de dolores.
      Sin embargo, también había otra causa para esta extraordinaria cercanía física de Jesús. A pesar de la enseñanza que los discípulos recibieron de su maestro durante tres años, aún no lo habían comprendido verdaderamente. Toda su pasión fue para ellos algo sorprendente e inesperado. Se dejaron arrastrar por el dolor y el temor y se diseminaron por doquier. Pero el amor del maestro no se ausentó. Ellos no podían acercársele desde el plano físico, pero él sí podía acercárseles. Y tras haber hecho todo lo que estaba en su mano para perdonar y mitigar el destino de sus verdugos, de sus enemigos, comenzó su marcha hacia sus amigos.


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