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En el altar del amor
Capítulo 1
La enseñanza del amor
Cada hombre que estudia los análisis cósmicos de la existencia ve, una vez tras otra, que el amor es una condición tan importante para la verdadera experimentación de la vida que en dicho análisis se expresa como «el tono fundamental del universo». En la religión cristiana de alcance mundial también se pone fuertemente de relieve el amor como lo fundamental de la vida. Si examinamos los diez mandamientos de la Biblia, el núcleo de estos también es el amor. Cuando en estos mandamientos se ordena, entre otras cosas, «honra a tu padre y a tu madre?», «no matarás», «no robarás», «no levantarás falso testimonio contra tu prójimo», «no codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen», esto es únicamente para impedir la guerra y en vez de ello crear verdadera paz y armonía y, con ello, felicidad y alegría entre los hombres. Verdadera paz y armonía, alegría y felicidad son, precisamente, las bendiciones del amor.
      En un momento muy posterior, el amor se reveló de una manera todavía más elevada y más fundamental como el único camino verdadero hacia la luz. Toda la vida de Jesús, el sermón de la montaña, su modo de ser y su pasión se convirtieron en la confirmación inquebrantable del amor como el fundamento de la vida, en la confirmación de que el amor es absolutamente lo único que puede hacer del hombre uno con Dios y, así, convertirlo en el vencedor sobre las contingencias de su destino, hacer que no tenga miedo ante cualquier circunstancia que se le presente, ponerlo en condiciones de conservar su estado espiritual interior sin que le afecte la oposición física exterior, la persecución o crucifixión. El caminar de Jesús por la Tierra fue la revelación de un sol mental que alumbró desde las montañas de Palestina a lo largo de los siglos. En este sol sobrenatural se reveló el habla eterna de Dios. La voz del redentor del mundo se convirtió en la voz del universo. Y la voz eterna vibró pronunciando el siguiente himno de amor, con las verdades eternas, sobre el mundo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» – «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» – «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra» – «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» – «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» – «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» – «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» – «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» – «Bienaventurados sois cuando se os maldice, persigue y calumnia por mi causa» – «alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos?»
      Esta luz mental, este sol espiritual se fue haciendo cada vez más fuerte. Y la voz del universo, esa voz eterna continuó: «Habéis oído que se dijo, ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo, no resistáis al mal, antes si alguno te hiere en la mejilla derecha preséntale también la otra» – «Al que te pide dale y al que quiera tomar prestado de ti no se lo rehúses» – «Habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace que su sol salga sobre malos y buenos y llueva sobre justos e injustos?» – «sed pues perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» – «no amontonéis tesoros en la Tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y donde los ladrones los desentierran y roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben, porque donde está tu tesoro allí está tu corazón» – «no juzguéis, si no queréis ser juzgados; porque con el mismo juicio que juzguéis seréis juzgados, y con la misma medida que midáis seréis medidos» – «pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo aquel que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre». Y así pronunció el Padre eterno esta y otras muchas palabras para el mundo por medio de su hijo, que él había enviado. Y la gente se admiraba. No sabía, claro está, que lo que oía era la voz del propio universo o la voz de Dios. No tenía ninguna idea de que lo que aquí se revelaba eran principios eternos, verdades inconmovibles, la ciencia suprema.


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