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Capítulo 7
El cumplimiento de todas las leyes
Aquí se nos ha dado una pequeña idea sobre la situación del destino de la humanidad actual. Hemos tratado brevemente lo más importante de la instrucción que ha recibido de sus grandes guías o redentores del mundo. Hemos visto que esta instrucción culminó en la vida y modo de ser de Jesús como un vivo ejemplo en carne y sangre de la relación con Dios y el amor al prójimo, que es el cumplimiento de todas las leyes. Hemos visto cómo la humanidad en evolución no ha llegado todavía en absoluto a poder cumplir este modo de ser que redime al mundo, ni siquiera donde se denomina a sí misma «cristiana». El resultado es que la humanidad tiene que vivir en grado correspondiente en un cataclismo o en el dominio de la guerra con toda clase de sufrimientos portadores de muerte y con oscuridad mental, atrocidades y horrores. Hemos visto que la esencia de la instrucción que se le ha dado a la humanidad se basa exclusivamente en el gran principio del amor. Este principio, y con él la facultad de amar en el hombre, es, por lo tanto, el fundamento de su liberación de un destino oscuro. Es una alegría y una bendición para los seres que lo rodean, en el mismo grado que su facultad de amar está desarrollada. ¿Y no es, precisamente, un modo de ser así lo que tiene importancia? ¿Cómo son las relaciones en una religión o modo de ver la vida donde no hay amor? ¿Cómo son las relaciones en la política, las sociedades y asociaciones donde no hay amor? ¿Cómo son las relaciones entre hombre y hombre donde no hay amor? ¿No son frías, tristes y vacías y más o menos llenas de antipatía, enojo, crítica negativa, falta de consideración, calumnias y cosas parecidas? La cultura moderna actual está en gran medida provista de perfeccionamientos técnicos y químicos y puede crear bienes magníficos para los hombres, pero, ¿qué significa esto si no tiene amor suficiente? Donde no hay amor habrá siempre falta de armonía, sufrimiento, depresión, hastío de vivir y suicidio. ¿No es totalmente evidente que si cada hombre fuera una alegría y una bendición para sus semejantes y su entorno y se sacrificase para hacer que otros hombres fueran felices, no existiría ninguna posibilidad de que hubiera un cataclismo? Donde todos son una alegría y una bendición para todos, la tan anhelada paz permanente será un hecho, del mismo modo que es evidente que donde todos son, en mayor o menor grado, desconsiderados, brutales, vengativos, envidiosos e intolerantes con todos, la vida no puede ser de ninguna manera una expresión de felicidad y alegría. Aquí vemos que decir que el amor es el único camino verdadero hacia la luz no es fantasía ni un simple postulado. El camino fuera de la oscuridad, que la redención del mundo ha mostrado, es una ciencia o realidad viva y verdadera.
      Además, podemos ver que la naturaleza pone de relieve esta realidad de una infinidad de maneras. El organismo del ser vivo, ¿no ha sido creado de modo que sea la mayor alegría y bendición posible para la forma de vida a la que este ser ha llegado en el momento presente por medio de la evolución? Nuestro propio organismo con sus innumerables funciones de vida, ¿no es una alegría y una bendición para nosotros? Que tengamos ojos para ver y oídos para oír, además de todos los otros sentidos estimuladores de vida de que estamos provistos, ¿no es una expresión de amor? El fin que tiene la creación de la naturaleza, ¿no es crear un ser totalmente perfecto, es decir, un ser que no necesita matar para vivir, un ser que no necesita defenderse con violencia o fuerza, un ser que puede comprender que el denominado «mal» sólo es una expresión para los estados inacabados del proceso divino de creación o perfeccionamiento que llamamos evolución? Y el fin de esta creación, ¿no salta, precisamente, a la vista cuando se ve la evolución en su totalidad? Los hombres, ¿no han estado anteriormente en un estado de conciencia inferior al que, precisamente, se encuentran hoy? Y los seres de estos estadios inferiores, ¿no han estado también en estadios todavía inferiores, y así continuando en la línea evolutiva en dirección descendente a través de formas de ser cada vez más primitivas? Y todos los seres vivos de la larga escala de estadios evolutivos, ¿no son acaso el mismo ser que, bajo la mano creadora de Dios, se transforma de estadio a estadio para, finalmente, constituir el hombre terreno de hoy y luego ser conducido más allá en la creación o evolución hacia estadios todavía superiores y aquí llegar al fin definitivo de la larga creación: «El hombre a imagen y semejanza de Dios»?
      Esta creación, ¿no es en sí misma una magnífica manifestación de amor? Los precedentes procesos creadores de la Tierra, ¿no son una manifestación de la misma mano creadora? ¿No fue esta Tierra, a través de varias épocas, transformada de un mar de fuego ardiente en el magnífico mundo habitable de hoy, que tiene la posibilidad de convertirse en un paraíso divino para los hombres terrenos, cuando hayan llegado a dominar las naturalezas animales de su mentalidad, que hoy los encarcelan en destinos oscuros y estados de sufrimiento?
      La gran verdad sobre el más elevado modo de ser de la vida y la consiguiente sabiduría suprema y felicidad es, de este modo, que uno tiene que perder su vida para que pueda llegar a poseerla. Del mismo modo que la Divinidad tras todos los procesos creadores de la naturaleza ha ofrecido su amor por nosotros, nosotros también tenemos que ofrecernos por la Divinidad, lo cual sólo puede hacerse a través del amor a nuestro prójimo. El amor de Dios nos ha salido al encuentro a través de unos padres o sus sustitutos, cuando débiles y desamparados entramos en el mundo. El amor de Dios nos ha salido al encuentro a través de nuestro organismo evolucionado como instrumento para formas de experimentación cada vez más superiores, y con ello para nuestro perfeccionamiento del primitivismo al intelectualismo. El amor de Dios nos ha salido al encuentro en la transformación de la Tierra, que la convirtió para nosotros en un lugar del universo luminoso y acogedor. El amor de Dios nos ha salido al encuentro en la creación de la naturaleza que cada día da alimento y condiciones de vida a los seres vivos. El amor de Dios nos ha salido al encuentro a través de todos aquellos seres que nos han amado, pero también hemos aprendido a percibir el amor de Dios tras todos aquellos seres que nos han perseguido y odiado. Hemos aprendido a amarlos, porque hemos visto que eran el cinturón salvavidas para nosotros en un momento en que íbamos camino de ahogarnos en el océano de las equivocaciones, de la superstición y del egoísmo. Hemos visto el amor de Dios que todo lo abarca en las maravillosas facultades y disposiciones que le dan al hombre evolucionado acceso a su luminoso espíritu santo o conciencia cósmica, y con lo cual está en condiciones de ver la mano tendida de Dios para ayudar a todos aquellos que tienen que ser liberados de la oscuridad y los sufrimientos y ser conducidos en dirección ascendente hacia las cimas luminosas de la vida. Y hemos visto el amor de Dios en la profusión luminosa de las cimas de la vida, donde Dios con su omnisciencia, omnipotencia y amor universal tiene el destino de cada ser vivo en su mano. Esta es la mayor verdad sobre el amor.
      La vida verdadera es, así pues, un culto al amor. El universo es el altar del amor. En este altar ofrece Dios su amor a los seres vivos y los lleva, así mismo en este altar supremo de la vida, a poder dar su vida para que sus semejantes sean liberados de la oscuridad y los sufrimientos, con lo cual ellos mismos pasan a vivir con conciencia cósmica o en la profusión de rayos luminosos del espíritu santo.
      ¡En verdad, que amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo es el cumplimiento de todas las leyes!


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