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Capítulo 2
Los destinos desdichados de los seres no son un «castigo» por «pecados» cometidos
De este modo, todo destino desdichado se debe exclusivamente a los efectos de los actos erróneos a los que anteriormente ha dado lugar la voluntad o conducta equivocada de los seres en cuestión. Pero como el destino actual de los seres no está formado únicamente por los efectos de los errores cometidos en su vida actual, sino que además también está formado por los efectos de los errores que han cometido en existencias anteriores o vidas precedentes, generalmente estos seres no comprenden de ningún modo la causa más profunda de su destino personal desdichado. No pueden ver ninguna justicia en absoluto en la parte de su destino que experimentan como desdichas y sufrimientos. Por consiguiente, en el peor de los casos consideran su destino, sus desdichas y sufrimientos como efectos de fuerzas casuales, y en el mejor de los casos como castigo de Dios porque han vivido una vida «pecadora». Mientras el primer modo de ver las cosas es, claro está, totalmente absurdo, el otro modo está más en contacto con la verdad cuando eliminamos la palabra «castigo». El destino desagradable no es un castigo por pecados, sino que al contrario es, como ya hemos dicho, el resultado de actos erróneos que se han cometido. Pero como estos actos son, en realidad, una consecuencia de la ignorancia cósmica de quienes los originan, los individuos que los originan tampoco pueden ser pecadores de una manera tal que sean culpables. El ser no puede actuar según el conocimiento que no tiene. Si pudiera, no surgirían jamás errores. Pero los errores son el fundamento de toda evolución humana terrena. Los efectos de los errores le enseñan al hombre a actuar correctamente. Estos errores producen sabiduría, que en su manifestación más elevada es lo mismo que «conciencia cósmica», que, a su vez, es el fundamento de la más alta forma de experimentación de la vida y de la consiguiente vivencia culminante de alegría de vivir.


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