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Índice de ¿Qué es la verdad?   

 

 
Capítulo 5
La verdadera dignidad real
No es fácil abandonar la opinión de «la masa», sus usos y costumbres y su moral y concepto de la vida reconocidos y autorizados. Solamente aquel que puede abandonarlos por una moral y un concepto de la vida todavía más elevados deja de ser un «Pilatos» y se transforma en un «Rey de los judíos»; es decir, en un «príncipe de la verdad». Ya no necesita sugestionarse por medio del «lavado de manos» y alejar así sus remordimientos de conciencia ni servirse del sacramento del perdón de los pecados de un modo externo. Para este ser, la única actitud posible ante la Divinidad es ésta: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya». Este ser se ha transformado en la encarnación de la voluntad de Dios y, por lo tanto, de la verdad. Y es en una encarnación tal de la verdad donde encontramos la base más profunda, o factor desencadenante, de toda «dignidad real», «majestad» y poder divino. El concepto «rey» presupone algo que es mucho más profundo que lo que hoy la mayoría comprende con este concepto y que se muestra de una manera mucho más divina de lo que se espera. Los reyes, emperadores y soberanos que han gobernado en los últimos milenios son, en realidad, solamente una sombra de lo que originariamente se ocultaba tras quienes tenían el poder. «Rey» es la expresión original de salvador del mundo, y es evidente que los soberanos actuales son solamente portadores de un título vacío. El nombre es lo único que queda de ese poder y ese esplendor antiguos tan gloriosos. Sí, las dinastías actuales son solamente caricaturas resplandecientes de las grandes revelaciones de la Divinidad del pasado que se manifestaban en carne y hueso, es decir, bajo la figura de un ser humano que lo dominaba todo. Hoy, «los reyes» son, desde un punto de vista psicológico, sólo personas ordinarias con las imperfecciones y debilidades comunes a todos los hombres, que en ciertas majestades o altezas reales – según la historia – han culminado en excesos, vicios y delitos. El hecho de que la corona, el cetro y el manto real – que conjuntamente simbolizan «el principio trino» – ya no sean una garantía absoluta de una iniciación altamente intelectual o conocimiento cósmico en los que ocupan el trono, es una realidad desde hace mucho tiempo. Podría decirse que actualmente casi se ha olvidado lo que, en un principio y en su sentido profundo, es un «rey».
      Actualmente, un rey lo es rey sólo en virtud de que pertenece a una familia real. Una iniciación, es decir, una cualificación cósmica innata está totalmente excluida y ya no se exige. Es suficiente con ser de la dinastía real. Si se es hijo, hermano, tío, primo o sobrino de una casa real, se es, al margen del talento, heredero del trono. El hecho de pertenecer a la familia de un rey es la condición que da acceso a la corona, el cetro y el manto real. La persona en cuestión es investida con el símbolo más alto que existe, con «la imagen» más destacada de Dios que se manifiesta en la materia física; y en su cabeza brilla el esplendor áureo de la corona rivalizando con las piedras preciosas incrustadas en ella. Este adorno radiante, ¿no es acaso el símbolo más distinguido que puede encontrarse en la materia física?, ¿no es acaso la expresión de la culminación del «algo» supremo en la voluntad y el poder de un pueblo? ¿Quién, en un pueblo, es superior o más soberano que ese individuo de entre sus miembros que, de un modo legítimo, lleva la corona real? (Con esto no me refiero, naturalmente, a los actuales regentes reales cuya dignidad está, desde hace mucho tiempo, minada por una creciente pérdida de poder que, de modo proporcional, los hace progresivamente más dependientes de la voluntad del pueblo). Pero la corona real, por el hecho de que es símbolo del «algo» supremo que se halla tras el poder y la voluntad, es expresión del mismo «yo» del ser vivo o de lo que en mi obra capital «Livets Bog»* califico de X1. La corona real expresa o simboliza que su portador, es decir el rey, es ese «algo divino» tras el pueblo.
      En la mano del rey brilla y resplandece el cetro o símbolo de su poder y voluntad, lo cual, en realidad, significa su «capacidad creadora». Por el hecho de que el cetro expresa la propia «capacidad creadora» del ser vivo, es asimismo expresión de lo que yo en «Livets Bog» llamo el principio creador o X2. El cetro en la mano del rey expresa o simboliza, entonces, que el rey legítimo es el poder y la voluntad del pueblo o su capacidad creadora.
      Finalmente, el manto real brilla con sus colores cubriendo el cuerpo del rey y extendiéndose por los escalones del trono. Sus pliegos y orlas indican el resultado de su capacidad creadora: la dignidad real, que a su vez expresa la estructura, especialmente superior, de su conciencia individual y su capacidad de voluntad y poder que se desprende de ella. Dado que el manto real expresa el resultado de su capacidad creadora o «lo creado», representa lo que yo en «Livets Bog» he llamado X3. El manto real expresa que el rey es la culminación de la capacidad creadora o de percepción del pueblo, lo cual significa que el rey es lo más elevado que éste puede imaginarse. Lo que se halla por encima de la conciencia del rey solamente puede ser la misma divinidad y es totalmente inaccesible a sus súbditos. De este modo, el rey es para sus súbditos la más elevada representación de la Divinidad en la zona física. Nadie llega a la Divinidad sin el rey. El rey es el representante de la Divinidad en la Tierra.
      Cuando, tal como acabamos de ver, se da el caso de que el rey es «el algo divino» del pueblo y simultáneamente es su voluntad y su autoridad, este rey se transforma en el mismo universo o en su más elevado análisis, que también es el análisis básico del ser vivo, es decir, «el principio trino», las tres X: El yo, la capacidad creadora y lo creado, que a su vez se expresan en la Biblia como el Padre, el Hijo y «el espíritu santo». De esto puede deducirse que el rey, de acuerdo con su destino y perfección iniciales, era idéntico a la verdad absoluta encarnada en el pueblo. El rey era la revelación de la verdad en carne y hueso.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: Martinus ha deseado que el título de su obra capital «Livets Bog», que significa El Libro de la Vida, no se traduzca y que en todos los idiomas se mantenga el nombre original danés.


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