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Martinus responde

Sobre el amor al mesocosmos y microcosmos, la Divinidad y el macrocosmos


Pregunta
¿Quién es mi prójimo?  ¿Son solamente los hombres o también  las células o microseres que viven en mi cuerpo? ¿Y por qué tengo que amar a este prójimo? 

Respuesta
Si el concepto “prójimo” se tiene que comprender al pie de la letra, es una designación de lugar. Nuestro prójimo es, así pues, con respecto a esto el ser que en el espacio físico está más cerca de nosotros. Como es sabido, un ser puede estar tan cerca de nosotros que directamente está en contacto con nuestro propio cuerpo, del mismo modo que también puede estar a miles de leguas. Que hay que amar al prójimo como a sí mismo quiere decir en sentido literal que ante todo hay que amar al ser o a los seres que están al alcance de nuestra facultad de observación y que, por consiguiente, no podemos evitar experimentar o percibir. A los seres que viven a miles de leguas no podemos experimentarlos ni percibirlos directamente. Su estado general no puede presentársenos tan claro como el estado de salud o destino de los seres que están delante de nuestros ojos, nuestros oídos y demás sentidos. Todo ser vivo, ya sea planta, animal u hombre, que está al alcance directo de nuestros sentidos es el centro u objeto general del amor que prescribe la ley del amor al prójimo. Si todos los seres cumpliesen dicha ley dentro de esta zona cercana a los sentidos, el reino de los cielos haría tiempo que sería un hecho en la Tierra.

Como los prójimos conocidos: plantas, animales y hombres, no son los únicos seres vivos que existen cerca de nosotros, sino que sólo son la expresión de los habitantes de una zona particular, a saber, “el mesocosmos”, y, por lo tanto, existen miríadas de seres en otro espacio, a saber, “el microcosmos”, estos seres, a medida que se comienza a conocer y comprender su presencia, también pasan a formar parte del concepto “prójimo”. Y la cuestión sobre el amor al prójimo también será, de este modo, actual aquí. También hay que amar a estos seres, en caso contrario se desatará la oscuridad o el infierno. Esto no es tan difícil de comprender cuando se sabe que se trata de todos los millones de seres vivos: células, moléculas, etc., de que está formado nuestro cuerpo físico. Estamos en contacto directo e interacción con estos microseres a través de nuestra relación con este cuerpo, que es la vivienda o universo de estos seres. Ya sabemos que si comemos alimentos inaecuados y bebemos bebida inadecuada, si no dormimos lo suficiente y nos extenuamos con trabajo duro, se perjudica nuestro estado general de salud. Enfermedades, intoxicaciones, creación de tumores, depresiones nerviosas, etc. se desencadenan en el interior de nuestro cuerpo. Del mismo modo que hay guerra y cataclismo donde no nos amamos mutuamente, también hay guerra y cataclismo, sufrimiento y destrucción donde no amamos a los microseres de nuestro organismo o no somos una bendición para ellos. Por consiguiente, es absolutamente necesario que amemos a nuestros microseres como nos amamos a nosotros mismos. La relación de los seres con los microseres será, por lo tanto, una parte muy importante de la nueva moral mundial de la ciencia del espíritu, aunque bien es verdad que ha sido casi totalmente ignorada en las prescripciones religiosas del viejo mundo, que se nos han transmitido. 

Pero por encima del microcosmos y mesocosmos todavía existe un espacio cósmico para seres vivos. Este espacio se llama “macrocosmos”. Con los habitantes de este cosmos también tenemos una interacción muy importante. En este caso el macroser, al que estamos ligados especialmente, es el que tiene la Tierra como organismo. Este ser-Tierra, lo mismo que los demás macroseres, percibe las dimensiones de espacio y tiempo con dimensiones totalmente distintas a nuestras propias dimensiones de espacio y tiempo. Los minutos y las horas de estos seres serán para nuestros sentidos miles o millones de años. Por consiguiente, a nivel de conciencia no podemos tener un contacto directo con ellos. La esfera en la que experimentan la vida está tan por encima de nuestra propia esfera de vida, como ésta está por encima de nuestros microseres. Pero aunque, a nivel de conciencia no podamos intercambiar pensamientos ni hablar con nuestro macroser ni con ningún otro macroser, hay, sin embargo, un camino por medio del cual podemos entrar en contacto directo y con conciencia diurna total con la más alta vida creadora existente en el universo. Tanto todos los macroseres como todos los seres mesocósmicos y microcósmicos son órganos de un gran ser. Como este gran ser tiene, de este modo, a todos los seres existentes como órganos, como instrumentos de percepción y comunicación, puede comunicarse no sólo en todos los idiomas de todo el mundo, sino también tanto en los idiomas de todos los planetas y macroseres como de todos los microseres existentes. Que por lo tanto también tiene la facultad de comunicarse con cada hombre concreto tendría que ser evidente. Por consiguiente, este ser paternal habla a los hombres por medio de hombres. Habla a los animales por medio de animales. Habla a los delincuentes por medio de delincuentes, del mismo modo que habla a los santos por medio de santos. Puede sintonizar y, por lo tanto, conectar con todos. A este ser lo conocemos con el concepto “Divinidad”. Cuando un ser reza o llama a Dios a voces, esta oración o este grito es oído por algún ser físico o psíquico, que de acuerdo con lo antecedente es, claro está, el instrumento de percepción de Dios, y el ser es inevitablemente ayudado. Pero a veces la ayuda sólo es psíquica, y el ser no siempre descubre que ha sido escuchado. Como esta Divinidad eterna es, así pues, nuestro prójimo, que condiciona absolutamente nuestra vida, aquí se comprende la eterna ley del amor, tal como la hemos heredado de tiempos pasados y tal como será transmitida a partir de nosotros en forma de ciencia del espíritu a tiempos futuros:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo. Este es el cumplimiento de todas las leyes.

Publicado por primera vez en la Carta de contacto 1951/18, página 43-45

© Martinus Institut 1981
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