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Martinus responde

Sobre animales dañinos, la opinión pública, remordimientos de conciencia y moral, el mal menor


Pregunta
”No matarás”. ¿Puede alguien sentirse exento de culpa? Naturalmente todos comprendemos que no debemos matar a nuestros semejantes y en último caso a los mamíferos. ¿y qué pasa con los insectos? También son seres cósmicos en evolución. ¿Podemos en este caso evitar ser asesinos en masa? Piensen en el que en su jardín rocía sus plantas con pesticidas contra el pulgón, larvas y gusanos. Las ratas y los ratones también tienen que exterminarse en nuestra lucha por la existencia, si no se comerían todos los cereales.

Respuesta
En la vida cotidiana del hombre terreno tienen frecuentemente lugar situaciones, en las que se ve obligado a hacer cosas que están claramente contra su naturaleza y conciencia y, por consiguiente, son desagradables, son un mal. Pero si no las hace, también tiene remordimientos, que así mismo convierten en un mal dejar de hacer dichas cosas. En tales situaciones lo que sucede es que se haga lo que se haga siempre se experimentará como un mal. Esto tiene su raíz en el estadio de conciencia, todavía inmaduro y cósmicamente primitivo, de la humanidad terrena. Esta humanidad, debido a sus leyes, formas, costumbres, opinión pública, está, en tal grado infiltrada, incluso en sus concepciones religiosas, de ideas falsas y de las consiguientes infracciones autorizadas de la auténtica verdad y ley del amor, que cuando un hombre busca finalmente seguir en cualquier campo una verdad auténtica o actuar de acuerdo con el conocimiento descubierto, con su cumplimiento de la ley o modo de ser modificado hacia mayor perfección en el mismo campo entra en conflicto con su medio, sí, despierta irritación y enojo allí, ya se trate del cónyuge, la familia, amigos o conocidos, dado que estas personas siguen estando atadas a las tradiciones de la opinión pública. Estas tradiciones se basan, a su vez, en consideraciones o bien no intelectuales y acentuadamente emocionales o bien de tipo rigurosamente intelectual, materialista o ateo. Ninguna de estas concepciones, ni la religiosa ni la materialista, están arraigadas como verdad absoluta en la verdadera lógica y estructura cósmica de la vida. Un hombre, que ha nacido en estas suposiciones y tradiciones no intelectuales o faltas de espíritu basadas en la fantasía, desde el punto de vista cósmico, discrepa, naturalmente, de estas tradiciones en el mismo grado en que su pensamiento y su voluntad son conquistadas por la verdadera ciencia del espíritu o verdad absoluta. Si la mayoría representase la verdad absoluta en moral, religión, pensamiento y voluntad y costumbres y representase la opinión pública, la situación arriba mencionada, en la que hacer lo correcto es un mal, y no hacer lo correcto también es un mal no se produciría jamás. Pero actualmente la moral y el concepto de la vida de la mayoría no es una revelación directa de la verdad o realidad absoluta en su forma más pura. Y todo aquel, que, por consiguiente, actúa en situaciones concretas en contacto con la verdad real en un campo determinado, fácilmente causará tanto dolor como preocupación a los seres más cercanos a él, que todavía dependen de las viejas tradiciones autorizadas. En relación con esto pueden producirse divorcios, exclusiones de la familia, disolución de fieles amistades, al mismo tiempo que uno se convierte en el objeto favorito de habladurías o calumnias, que, a su vez, llevan más tarde a mala reputación en la opinión pública. Como ven, uno no tiene que esperarse en primer lugar que, siguiendo la verdad absoluta o ciencia del espíritu, la opinión de la mayoría y del entorno lo ponga en un pedestal con una gloria de rayos de oro.

Seguir la verdad en la esfera de conciencia corriente de la humanidad terrena puede, de este modo, ser un mal. Y el ser, que ve que las concepciones tradicionales de la mayoría están en desacuerdo con la verdad y, por consiguiente, son inevitablemente un mal, se encuentra en la situación de que tanto seguir la verdad absoluta y hacer lo correcto como no hacerlo, es un mal. Si hace lo correcto ocurre el mal de que entra en desarmonía con su entorno debido a la inclinación de éste hacia las anticuadas y falsas tradiciones vigentes. Si hace lo incorrecto, lo que la mayoría considera como correcto, entra en conflicto consigo mismo, tiene remordimientos de conciencia. Pero nadie puede fundar su felicidad en los remordimientos de conciencia. La cuestión para el hombre espiritualmente evolucionado, que  está un poco por encima de la mentalidad de la mayoría, será entonces descubrir cual es el mal menor, porque sólo esta solución puede estar en contacto con el amor al prójimo. El mal menor sólo puede ser la manifestación de pensamiento y modo de obrar que cree la menor irritación, intolerancia, enemistad, dolor y sufrimiento posible en su entorno. Una manifestación así es la más amorosa y, por lo tanto, al mismo tiempo la menos mala. Que se tengan que matar ratas y ratones, rociar los frutales con pesticidas, exterminar insectos, pulgas, piojos u otros seres o formas de vida perjudiciales para la existencia humana y la formación de cultura es, así mismo, una cuestión de amor. Si todos estos seres citados representan un peligroso atentado de destrucción contra la posibilidad de existencia humana, que puede tomar un incremento no deseado, es decir, que puede exterminar a los hombres, será más amoroso detener esta vida socavadora de la existencia, cultura y creación humana de la humanidad que dejar que florezca libremente, favoreciendo así la destrucción de la humanidad. Si aquí se siguiera servilmente el mandato de la verdad: “No matarás”, una vida menos estimuladora de amor llegaría a dominar a costa de una vida más estimuladora de amor. La falta de amor dominaría entonces al amor. Esto no puede ser el mal menor, y tiene, por consiguiente, que combatirse. Esta lucha contra vida y fuerzas socavadoras es, por lo tanto, necesaria  en los estadios actuales de la Tierra y la humanidad. Pero en estadios posteriores de la evolución de la humanidad estas luchas ya no tendrán actualidad, sí, ni siquiera tendrán lugar, dado que entonces no habrá ninguna vida peligrosa para los hombres contra la que luchar. Esta vida dañina poco a poco será en parte combatida y en parte degenerará y morirá en el mismo grado en que la verdadera atmósfera de amor alrededor de la humanidad tome incremento. El mundo habrá entonces llegado a ser el reino perfecto del amor o reino de los cielos en la Tierra. El hecho de que se necesiten cada vez menos hombres para promover esta lucha por la existencia contra formas de vida socavadoras es una prueba de esta evolución. En ciertos campos, miles y miles de hombres ya han dejado esta lucha. Ya no son capaces, por ejemplo, de matar a hombres ni a animales. No son capaces de ser soldados, carniceros ni de ir de caza. Comen alimento vegetal porque no despliega en tan alto grado el principio mortífero o del asesinato como el alimento animal. Estos seres ya son aspirantes a la gran iniciación o al gran nacimiento.

Con respecto al ser iniciado, este ser no puede, naturalmente, desencadenar en absoluto ninguna forma de muerte ni asesinato, y su reino todavía no es, por lo tanto, de este mundo. Si un ser así nace en este mundo tiene, al igual que otros hombres, que mantenerse en mayor o menor grado libre de enfermedades e insectos dañinos u otras formas de vida perjudiciales para la salud y socavadoras del bienestar general. Esto no puede hacerse sin matar en mayor o menor grado. Para poder existir en la esfera física de la humanidad terrena el ser iniciado sólo tiene, de este modo, en algunos casos la elección entre el manifestar un mal mayor o menor. Pero, de acuerdo con su  conciencia cósmica, este ser está siempre en condiciones de elegir el mal menor y así nunca infringe la ley del amor.

Publicado por primera vez en la Carta de contacto 1950/14, página 35-37

© Martinus Institut 1981
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